En el horizonte, la distancia; en el mar, la profundidad. En la distancia, esperanza e incertidumbre; en la profundidad, lo insondable y el misterio.
Horizonte teñido de rojo como brasa encendida y sobre el mar el fulgor bermejo iluminando su superficie.
Suave oleaje acaricia la quilla de la embarcación, tal como los brazos de una madre arrullan al hijo recién nacido. El viento, obedeciendo el mandato divino, infla las velas con un soplo cálido y fragancia marina.
Atrás el pasado que se desvanece como las estelas que va dejando la embarcación. Aromas y recuerdos que, si bien pertenecen al alma, se van sumergiendo en la profundidad braza tras braza.
Pequeños puntos titilantes aparecen como gotas mágicas; son las primeras estrellas, anunciando la noche.
Observó cómo el bermejo iba desapareciendo entre el suave oleaje del océano; miró la brújula, pero no la de la embarcación, sino la de sus ideas, nacidas de sus experiencias y vivencias. El timón lo dirige hacia el poniente para alcanzar el naciente.
La noche ha desplegado su manto, colmado de estrellas y constelaciones. Un sentimiento brotó de sus labios: «Esas constelaciones son como las que llevo en el alma, huellas de mis amores del pasado».
La nave sigue avanzando impulsada por un generoso viento. Es un viaje en solitario, pero no en soledad. Melodías y acordes de jazz emergen del interior de su alma, música íntima que acompaña su viaje.
A lo lejos, de nuevo el horizonte; una luz lo anuncia, como cuando unos ojos se abren lentamente luego de un largo sueño: es el alba. Del ocaso a la aurora: el viaje del navegante en el océano de la vida.

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