Un aire limpio circulaba aquella mañana en un cielo azul diáfano. Recostado aún sobre su cama, Juan Andrés meditaba en los eventos acontecidos recientemente: su graduación marcaba el final de años de esfuerzos y le abría una puerta hacia nuevos horizontes. De pronto recordó a sus tantos profesores que, a lo largo de ese tiempo, lo instruyeron.
Su pensamiento viajó hacia aquellos años, los primeros de la secundaria. Todo era nuevo: rostros desconocidos que luego se harían familiares, otros hasta casi íntimos, y unos pocos, entrañables.
La imagen del rostro de quien sería su mentor durante tres años, y luego amigo hasta el presente, se proyectó en su mente… Su voz resonó en sus oídos como si la estuviera oyendo por primera vez. Recordó aquel primer día de clases: en la tercera y cuarta hora, matemáticas. El profesor Palacios entró por la puerta del salón; con un saludo afable se dirigió al alumnado presente y, con voz potente, comenzó a impartir la asignatura.
Su metodología era tal, que se asemejaba a un lobo jefe de manada guiando a sus cachorros en una cacería, para que aprendieran con la práctica, centrándose en el progreso de cada alumno de acuerdo a sus capacidades. A lo largo de sus años de estudio, Juan Andrés no volvió a ver una didáctica tan eficazmente empleada.
Los sucesos de otrora, como escenas de una cinta cinematográfica, iban cobrando vida en su mente. Y así, como en una película, apareció Dafne, la profesora de química en aquel instituto. Recordó su manera de enseñar y la metodología que usaba para que cada uno de nosotros llegara a comprender las propiedades de cada elemento químico, sus usos y su lugar dentro de la tabla periódica. La comparaba actualmente con un águila que alienta a sus polluelos a practicar el vuelo, hasta que aprenden a desplegar sus alas y volar por sí mismos en la inmensidad de los cielos.
Por su mente desfilaron, sin cronología alguna, diferentes episodios, en los que se conjugaron: pedagogía, didáctica y docencia…y cómo las personas encargadas de estas prácticas dejaron huella de manera significativa en su aprendizaje y por ende en su vida. Como arquitectos de un puzzle.
Observó a través del cristal de su ventana, la cual filtraba la luz por una cortina de color dorado. La mañana avanzaba sin prisa, como si se deleitara en las meditaciones de Juan Andrés. Se revolvió sobre cama y su mente viajó a años más próximos: los de la universidad. Recordó a algunos profesores y catedráticos, cuyos pensamientos agudos e inquisitivos valoraban la capacidad y disposición del estudiante hacia la investigación, el análisis y el desarrollo académico.
Una sonrisa asomó a sus labios al rememorar los debates sobre alguna investigación, y cómo, paulatinamente, fue desarrollando un pensamiento crítico, su capacidad de analizar información, así como el reto de plantear soluciones efectivas a problemas en los ámbitos profesionales y en el día a día de la vida cotidiana.
Un aroma a café, proveniente de alguno de los pisos vecinos, lo transportó en el tiempo al hogar de su infancia y adolescencia. Fue ahí donde, a través de sus padres, obtuvo las primeras enseñanzas y lecciones, la más importante de su vida: la responsabilidad, el respeto y la decencia, las cuales, hasta hoy día y por el resto de su existencia, le acompañarán como brújula perenne, marcando el norte en su transitar por la vida.

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