Un pensamiento ronda mi mente, algo así como una brisa vespertina que anuncia cielos grises… pero no grises de desgracia o tristeza; más bien un gris plateado, que invita al alma a la reflexión, a una inspiración poética bordada de sentimientos profundos.
El eco de su voz resonó en el recinto como acordes de flautas y violines, y la afirmación de sus palabras fue como saetas certeras, dando justo en el blanco del alma.
Un instante —o quizá una eternidad contenida en un solo instante— siguió a aquel momento.
La composición que brotó de su voz elevó el hecho y lo transformó en evento, por la fuerza de su afirmación.
Sus miradas se encontraron en un punto suspendido entre el espacio y el tiempo de aquel lugar…
Segundos eternos concentrados en un solo instante, donde se expresó más de lo que la afirmación pronunciada pudo decir.
Respiré profundo, sonreí y asentí.
Tomé un breve tiempo para pensar en mis palabras, para decir en unas pocas todo cuanto debía.
Ella, impasible, con la mirada fija en mí y los brazos apoyados en la repisa, me sonreía como si descifrara el caudal de pensamientos que ondulaban en mi mente.
Entendí que no esperaba de mí más que una sola palabra:
la afirmación de que mis sentimientos estaban alineados con los suyos,
así como los de ella lo estaban con los míos,
tal como se alinean los astros para formar constelaciones.
¡Sí!
Como felina, de un salto se colgó de mi cuello,
en un abrazo que pareció elevarnos más allá de las dimensiones conocidas.
La besé profundamente: con el alma, con la piel, con el corazón ardiendo de amor.
Bendito amor, llegaste cuando no esperaba que pudieras llegar.
Te deslizaste lentamente,
como se desliza la mañana ante las penumbras de la noche;
como una suave melodía, algo así como “Flor de Luna” de Carlos Santana.
No sé si vienes a ordenar mi desorden, o a desordenar lo ordenado…
pero qué rico es sentirte, y sentir que soy correspondido.
Nota del autor:
Aunque no lo esperes, en un instante puede llegar.

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