Hola, mi amigo:
Te escribo desde la distancia que el tiempo ha interpuesto entre nosotros. Como ráfaga de viento que se lleva las hojas caídas de los árboles, así se fueron nuestros días con sus noches, los años se deslizaron como corrientes de agua en el río de la vida.
Te recuerdo: joven, entusiasta, aunque a veces extraviado en tus pensamientos… supongo que por la falta de experiencia.
Trato de imaginarte; aferrado a tus ideales, con la firme convicción de que en algún momento alcanzarían su cenit, y harían una diferencia en las desigualdades sociales.
Y es como si te viera a través de un cristal empañado, pero aun puedo distinguirte: tu pelo despeinado, tu figura delgada y ese andar tan tuyo de aquel tiempo, en el que no se sabía si andabas de prisa o con paso sosegado.
En este navegar por el tiempo, surcando las corrientes de la vida, muchas cosas se fueron quedando, algunas como lastres que caen al mar, otras como abrigo desgastado que se deja de usar.
Aquella pasión con la que defendías tus ideales, con tanto ímpetu se fue, porque he aprendido que no son los ideales, sino las acciones las que realmente repercuten en el bienestar colectivo.
Practico la objetividad, sin abandonar mi punto personal, adornando con algo de fantasía aquellas situaciones incoloras.
He hecho de la paciencia un sillón donde recostarme, aquellos días de afán y la prisa para obtener aquello para lo que aún no estabas listo quedaron atrás.
En mis reminiscencias conservo, como un tesoro valioso, el álbum de los amores de aquellos tiempos: desde el primero, allá en la lejanía del tiempo, hasta aquel que fue sufrido y tormentoso, tal como dice la letra de “Mujeres divinas”, de Vicente Fernández:
Mas nunca les reprocho mis heridas
Se tiene que sufrir cuando se ama
Las horas más hermosas de mi vida
Las he pasado al lado de una dama.
Al igual que aquellos amores que pudieron haber sido y no fueron, que se malograron, en ocasiones por circunstancias y en otras por la juventud…
Y qué decir mi querido lejano, de aquellas noches de juerga juntos a los amigos, cuánto nos divertimos.
Son fragmentos de vida, cristales rotos adheridos al alma.
Te cuento, que Dios en su infinita misericordia ha permitido que el tiempo haya sido benigno conmigo, cumpli 69.
¡Te asombras! Nunca pensaste que llegarías tan lejos, pues sí y en perfecta salud.
Un tesoro valioso de este presente es mi familia, hasta soy abuelo, ¿lo puedes creer? Nunca imaginé que llegaría a serlo. He cambiado, y estoy bien con los cambios que me ha proporcionado la vida.
Son muchas las cosas de las que me gustaría contarte y hablarte de este presente, nacido de mi pasado y que aunque sé que no volveré a verte, tus huellas transitan hacia mí, así como las mías transitan hasta quién sabe quién.
Y seguramente lo iré haciendo en sucesivas cartas, por lo pronto la madrugada culminó su travesía, y un nuevo día se acerca, anunciado por el alba.
Una última cosa, mi querido y lejano Yo, los errores no son fracasos, son los tropiezos que nos obligan a levantarnos y los fracasos nos indican que tomamos el rumbo equivocado.
Y aunque se que el río no vuelve atrás en su corriente, tal vez el viento lo susurre a tus oídos, en alguno de aquellos días grises.

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