Como una página en blanco, con cada amanecer se escriben nuevas historias, quizás de amores que se van o de otros que vendrán. Y el aroma a café nos evoca la dulzura de los que se fueron, y en su agradable fragancia, la promesa de los que vendrán.
Un aroma a café que despide una taza humeante en la mesa de la cocina se entrelaza con el aire fresco y frío que penetra por la ventana de su tercer piso. Puede ver cómo el día se levanta. A la distancia, matices de sol bañan el amanecer; reflejos dorados intensos, con bordes rojos de fuego, iluminan el cielo de la ciudad. Las aves, con sus cantos y trinos melódicos, despiden a las penumbras que se baten en retirada.
En la atmósfera se siente como si una banda de jazz latino marcara el fondo musical de aquella escena; la ciudad, develada por un nuevo día, como si una nueva oportunidad se presentase vestida con sedas de humildad y alegría, para cada habitante que supiese descubrirla en el sorbo de una taza de café, la invitase a bailar como se invitan los enamorados, sin malicia y sin maldad.
Los sonidos de la calle hacen eco de presencias: los portales al abrirse y cerrarse, las voces apresuradas de los vecinos y las risas infantiles, que, a pesar de haber protestado al ser levantados de la cama, van con su espíritu inocente y juguetón, guiados por las manos de sus padres.
Ya ha sorbido hasta la última gota de su taza de café. Es un hombre entrado en años, pero los infortunios no han podido marchitar su semblante. Fija su mirada en el horizonte que penetra por su ventana, en las altas torres que se muestran en el diáfano día. El sol se asoma con destellos luminosos en acto de presencia, llenando la ciudad y creando policromía con las ventanas de los altos edificios.
Un pensamiento avanza por su mente, así como el sol avanza en el nuevo día. Es decisión tomada, no hay vuelta atrás. Rememora por unos instantes los sucesos recientes; ella parecía una mujer asentada en sus emociones. Qué difíciles somos las personas y qué complejidad ocultamos en nuestro interior. Detrás de esa hermosa sonrisa, de esa mirada pícara e inquietante, de la sensualidad de sus gestos… un océano profundo de contradicciones e inseguridades.
Pensó que, con su llegada, venía un amor bonito, maduro, vestido de serenidad y concordia, con guantes de pasión y pies descalzos de ternura.
El sol entró por la ventana, iluminando la estancia y despejando de su mente lo que ya no sería y lo que nunca pudo ser.
Tal vez aún haya tiempo para un último amor, entre un amanecer y aromas a café.
Como una página en blanco, con cada amanecer se escriben nuevas historias; quizás de amores que se van o de otros que vendrán.
Y el aroma a café nos evoca la dulzura de los que se fueron, mientras trae en su agradable fragancia la promesa de los que vendrán.
Autor: Franklin Aranguren.

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