De una madrugada insomne nace este escrito; donde el amor, la distancia y la memoria se unieron en un diálogo silencioso. Recuerdos que no desaparecen, viven aferrados al alma como constelaciones en el cielo nocturno. Remembranza íntima de aquel primer encuentro, en que dos miradas se cruzaron, dando inicio a una llama que permanece encendida en la distancia y el tiempo.
Mi pensamiento se remonta a través del tiempo y la distancia, hasta aquel instante en que nuestras miradas se cruzaron por primera vez. Sin presentirlo, nacía un idilio secreto. Nuestro primer beso, tímido al comienzo, se transformó en un caudal de besos desenfrenados, encendiendo en mí una llama que aún arde en el recuerdo.
La madrugada, en su cenit,
se alza como telón de fondo
de mi remembranza.
Al mirar el firmamento por mi ventana,
tu rostro se dibuja como una constelación más;
con la diferencia de que solo brillas para mí.
Como si quisieras guiarme
de nuevo a tus brazos,
al mirar de tus ojos achinados,
al dulce eco de tu voz,
y al fuego abrasador de tu boca.
Una pregunta asoma a través de mi ventana, nacida en el cielo de mis recuerdos: ¿acaso soy yo quien insiste en sostener ese fuego encendido en mi memoria, o tal vez pueda trascender las distancias y el tiempo y permanecer ardiendo igualmente en ti?
¡Oh, madrugada! Tú que guardas en lo secreto y en el silencio lo que los ecos gritan en medio de la inmensidad de la bóveda celeste, desde allí, una melodía brota de las cuerdas de un violín y surca las distancias del recuerdo. Tu voz, sonora y vibrante, llega hasta mí con esa forma tan tuya de decir las cosas. La constelación de tu imagen adopta las formas de tu expresión, y te veo ahí, reflejada en cada destello; el titilar de una estrella en tus pupilas pareciera guiñarme un ojo.
Y es que tu imagen, dibujada por las estrellas, parece hablarme. Eres la esencia de un recuerdo que no se desvanece, que permanece a través del tiempo y la distancia. Como si aquel roce de nuestros labios hubiera entonado una melodía, acompañada por las cuerdas de un violín.
Oh, madrugada insomne, eres cruel y dulce a la vez: cruel porque me niegas el roce de su piel, y dulce porque me permites evocarla. En ti se confunde el deleite del recuerdo con el sinsabor de la ausencia, y es ahí donde mi alma oscila entre la nostalgia y el deseo.
El alba se acerca anunciando un nuevo día. El desvelo pesa en mis ojos, y tu recuerdo, cual bálsamo derramado en mi alma, me conforta. Es cierto: tu presencia me falta, pero también es cierto que, en tu ausencia, tu esencia permanece en mí, y un anhelo de encontrarte, no en constelaciones ni en madrugadas insomnes, sino en un nuevo día, mirándome en la sencillez de tu mirada y sintiendo el calor de tu piel.
Autor: Franklin Aranguren.

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