CRÓNICAS DE UN AMANECER URBANO.
No sé si eres un recuerdo o perteneces a un olvido.
Quizás estás entrelazada en las estelas de una conciencia lejana.
O tal vez seas tan solo el eco de algo que, de alguna manera, estuvo y luego se esfumó.
Pensamiento que se filtra entre los pliegues de tu figura efímera.
Voz que susurra como sombra; solo existe mientras el sol brilla y permanece en los bordes del tiempo.
Sacudido, como por un golpe de viento, y con aquella imagen danzando en su mente, corre a toda prisa.
En la esfera de su pulsera, el tiempo atrapado va latiendo al compás de su ansiedad.
Logra abordar el metro justo cuando el pitido anuncia el cierre de puertas.
El vagón, atestado, vibra en las primeras horas de la mañana.
Centenares de personas confluyen, empujadas por la rutina, como piezas de un engranaje invisible.
Como puede, se coloca los auriculares y los pulsa con el índice de su mano.
—“Mira quién viene ahí… no lo puedo creer, es una gatita vestida con su batita japonesa”—.
La voz de Ismael Rivera, interpretando La gata montesa, se desliza por sus oídos.
Se relaja. El sonido del saxo y el repique del quinto, con la tumbadora de acompañamiento, hacen volar su pensamiento.
Pasea sus ojos sobre los rostros de los viajeros.
Una hermosa dama, de ojos color caramelo, le regala una mirada.
Ojos que dicen mucho. Ojos que lo callan todo…
No me miren de ese modo.
—“La gata montesa no monta en calesa, porque se le ensucia la batita japonesa…”—.
Unos jóvenes charlan animadamente.
Los observa por breves instantes, como quien mira un reflejo lejano de sí mismo. Recuerda al grande de Nicaragua, Rubén Darío, quien dio voz a las palabras que brotan del alma:
“Juventud, divino tesoro, te vas para no volver,
cuando quiero llorar no lloro y, a veces, lloro sin querer”…
El tiempo, que no detiene su marcha, parece dar un alto al tren justo al llegar a su estación.
Como río desbordado, la multitud sale del vagón,
como aguas que vencen al dique, cuerpos que buscan el aire…
Por instantes deja de ser uno, para ser parte de una masa humana,
como moléculas unidas por enlaces químicos… que pujan, sobre las escaleras mecánicas al subir, por salir de este laberinto urbano.
De pronto la luz… la gran ballena abre su boca para expulsar a Jonás.
La mañana ha avanzado; el cielo, su manto azul, domina la atmósfera.
Un sol cálido de otoño se filtra entre las ramas de los árboles.
Con pasos ligeros avanza por la calzada; Flor de luna, de Carlos Santana, se deja escuchar a través de los auriculares.
Los árboles le saludan, impulsados por el viento, quienes traen aromas y mensajes lejanos.
Desde las alturas, un ave vuela; si es mística, no lo puede soñar; si es águila, no lo puede saber.
Desde su vuelo, lo observa perderse entre la multitud, como hoja que cae al río y es arrastrada por la corriente.
Va cantando: “hacia el horizonte lejano voy; del pasado y del presente, nada me es ausente.
El futuro, entre los bordes del tiempo… y aunque allá me dirijo, ¿cómo sabré cuándo llegó?
Autor: Franklin Aranguren.

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