En el valle de las sombras, la esperanza se levanta, como se levanta la aurora ante la madrugada.
Su espesura e incertidumbre se van despejando, como se disipa el humo.
Un ave de plumaje blanco y porte majestuoso surca los aires en vuelo sereno.
El tiempo avanza lentamente, casi como si se detuviera; algo así como un tren que hace paradas en las estaciones de su largo recorrido.
Un canto se deja escuchar desde entre las frondas del valle: sonoro, vibrante… canto de libertad.
La espesura comienza a iluminarse; las sombras, vencidas, retroceden.
Las formas se hacen figuras y las figuras se proyectan en imágenes.
La luz, avasalladoramente, toma posesión de todo lo circundante, y el canto, con su eco sonoro, irrumpe, mitigando el silencio.
La esperanza, cual bandera, se alza ondulante, depositando en el aire fragancias de paz.
El valle, otrora habitación de tinieblas, se manifiesta como espacio de luz,
donde las fragancias y los sonidos se acoplan en una misma dimensión.
La vida, opacada por las sombras, se revela en matices de colores, con aureolas ondulantes,
expresando en un lenguaje espiritual y mítico secretos ocultos hasta ahora.
Los ofrece con manos extendidas al viento, quien, como fiel mensajero, los transmite en derredor,
sembrando el conocimiento y manifestando la sabiduría, cuyo resplandor ilumina los rincones más profundos de la ignorancia, forjando las herramientas para labrar los caminos del entendimiento y la concordia.

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