Once… Eso somos, dos únicos, que siendo impares formamos una pareja, damos inicio a la decena, el comienzo donde se juntan dos… Y es que, si nos sumamos, sumamos dos, uno y uno que se juntaron para ser uno. Tal vez fue la casualidad la que originó el evento, o quizás era un evento marcado por la casualidad. Tú y Yo, dos impares, en un momento inesperado, impensado, ¿qué signó nuestro encuentro? ¿Una circunstancia, consecuencia de una serie de sucesos matemáticos?
Yo, un uno, como cometa solitario que recorre el universo, soltando destellos de luz, creando sueños en los que no tienen en qué soñar… Tú, cual Luna Nueva, con tu luz plateada, haciendo soñar a los que ya sueñan.
Era una tarde impensada, cálida, de suave brisa. El viento transportaba fragancias de flores y ciudad. El bullicio se manifestaba, cual río de la vida con caudal propio. Sin saber cómo ni porqué, nuestras miradas se encontraron, como si el evento y la casualidad se unieran, en un momento dado, del paso del cometa frente a la Luna plateada.
Cometa enamorado sin saber que lo habían flechado. ¡Qué extraño cosquilleo! ¿Quién teje al destino? La casualidad que desembocó en aquel evento… De unas simples miradas, en apariencia, dio origen a un evento de proporciones de «Big Bang». Nos gustamos sin palabra. El cometa y la Luna plateada, dos que siendo uno, ya no serían individuales; serían, sin ellos sospecharlo, dos que formarían un Once.
La tarde siguió avanzando, lenta, en perspectiva de los dos que se unieron, como si el tiempo cual cómplice de cupido, se hubiese detenido, a contemplar al cometa y a la luna plateada.
Las palabras cálidas y frescas susurraban, en confesión íntima, el sentimiento que ambos compartían. Ebrio de amor, el cometa celebraba con destellos semejantes a fuegos artificiales en una noche navideña.
La tarde se duerme. En el firmamento aparecen las primeras estrellas, que saludan con su titilar a la pareja que se aleja entre la multitud, tomados de la mano.
La ciudad se viste de noche. Los faroles se encienden, dando comienzo a su labor nocturna: combatir las sombras.
En una esquina, un saxofonista interpreta “No puedo apartar mis ojos de ti”.
Y el cometa y la luna plateada se dan un beso enamorado, bajo la luz de las estrellas.

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