Raudo sobre las altas colinas, el aire se iba enfriando a medida que ascendía hasta la cima de las cumbres heladas. Luego descendía vertiginosamente. A su paso, una bandada de gansos, en su viaje migratorio, dibujaba una «V» perfecta en el cielo.
Planeaba entonces sobre los altiplanos. El sol, generoso, dejaba sentir su calor, que descendía en forma de rayos invisibles. El vuelo, suspendido a través del viento, parecía transportado sobre sus lomos, como por un tobogán imaginario que permitía deslizarse entre las veredas que se abrían paso en medio de las montañas.
Ecos sonoros provenían desde la distancia. El verde se conjugaba con el azul de las montañas, y en policromía con el azul claro y profundo del cielo, jugaban en contraste con el marrón lejano de la tierra fecunda.
Un águila, con su canto sonoro, indicaba su señorío en las alturas.
Atrás quedaba el altiplano. Entre las rendijas de los picos se asomaba un valle, donde la vida se mostraba en sus diferentes facetas…Colinas, verdes prados, y exuberante vegetación, daban la bienvenida, desprendiendo fragancias y el viento asumió la labor de transportarlas y esparcirlas. Las aves de trinos alegres, orquestaban en sinfonía su señal de regocijo. Ahora el aire era cálido y agradable, el frío entumecedor de las altas cimas, era cosa del pasado. Y el viento se divertía jugando entre las ramas y las hojas de un árbol, cuya fronda domina majestuosamente el paisaje, entre flores silvestre que parecían hacerle la corte.
Más adelante, lejos del valle, caminos forjados por huellas incesantes conducían a un aglomerado de viviendas. El sol en su zenit, el paisaje aún agreste, los árboles parecían hablar un idioma que no se expresa en palabras, sino en el lenguaje del sentir. Ellos, anclados, absorben todas las emociones y todo el sentir de aquella comunidad, sus hojas apoyadas por el impulso del viento, se movían al compás; de risas y lágrimas, pesares y triunfos, amores y desdichas. Lloran en su silencioso lenguaje ante la vileza y aclaman a la nobleza como la más excelsa de las virtudes humanas. El viento, cual cómplice de los árboles, que otrora transportaba fragancias, portaba todo este cúmulo de emociones y sensaciones.
A lomos del viento, el cual se deslizaba entre calles y callejones, percibió la alegría inocente de aquel niño, jugando con su perro Canelo. El viento, como telégrafo mágico, iba transmitiendo todas estas emociones y sensaciones a los árboles, los cuales las recibían con alegre tintineo de sus hojas. La conexión entre el niño y Canelo, se hizo patente: un amor sin fronteras, notó cómo el can, sin conocer las palabras del niño, entendía su significado. Y a su vez como el niño comprendía los ladridos y movimientos de la cola de Canelo.
Algo estaba dando forma a su ser; una esencia invisible parecía latir de cada fragmento que el viento absorbe; las emociones y sensaciones, las fragancias, el frío, el calor, la policromía de colores, todo aquello que el viento había recogido comenzaban a tomar forma…Idea hecha espíritu o espíritu hecho idea.
El viento siempre inquieto, se arremolinó con sutileza sobre una chica de andar pausado, la cual desprendía desde lo más profundo de su ser, una emoción, que se desbordaba como cascada de agua cristalina. La llamada del amor, la primera ilusión. Los árboles, al recibir esta noticia, sus ramas reaccionaron vibrando ante la sacudida del viento.
El viento retomó vuelo, hasta lo alto de una vivienda, se escabulló entre las rendijas de una ventana. Una melodía suave, como sinfonía de ángeles resonaba en la habitación, una madre arrullaba a su bebe al momento de su lactancia, una voz suave y cálida. El viento quedó suspenso en eternidad momentánea abrazando la dulzura y calidez de aquella voz e impregnado de su esencia, la entregó a los árboles como obsequio. Al recibir las melodías de este canto angelical, los árboles, se estremecieron de gusto en vibrante armonía.
Luego de estas sensaciones, de esta vibrante emoción, de las cuales el viento le hacía fiel testigo, en raudo vuelo sobre su lomo. Su esencia comenzó a latir, acompasadamente, con ritmo. Al percibir cada experiencia y conexión, se sintió uno con el viento, como idea que nace de una inspiración, que etérea en su principio, hasta hacerse espíritu y transformarse de oruga en mariposa.
Ahora en esencia espíritu, continuó surcando las calles y callejones, habido de conocimiento. Su esencia, cada vez más consciente se afinaba con el entorno, y más claro y diáfano se hizo el lenguaje con los árboles. Ellos también le transmitían todo cuanto percibían, podía oír el canto de los pájaros sobre sus ramas, y como sus trinos rendía alabanza a su Creador.
En una encrucijada, el viento sintió algo que lo atraía hacia un café cercano. Al entrar, no era el bullicio de las conversaciones lo que lo había llevado allí, sino un murmullo silencioso, suspendido, como si algo hablara sin palabras. En una de las mesas, una figura inmoviel, con la mirada extraviada, como buscando respuestas y de rostro ensombrecido, que no podía revelar todo el inmenso sufrimiento que abarcaba los confines de su alma. Entonces percibió en aquel momento, que el dolor hablaba de una ausencia, de una partida. Lo experimentado hasta ahora no lo había preparado ante una emoción tan profunda. Fue entonces cuando los árboles, cómplices de su búsqueda, comenzaron a hablar en su lenguaje visual, mostrándole hojas marchitas que caían, el símbolo de una vida que se va, de una pérdida que no volverá.
El ocaso hacía acto de presencia, el sol se despedía, como viajero que se despide desde la ventanilla de un tren. El viento soplaba entre las vertientes de calles y callejones extendiéndose del fuera del conglomerado, cálido, apacible, paso entre los árboles acariciando sus ramas, en agradecimiento, los envolvió en un abrazo susurrante. Raudo se elevó, atravesando las rendijas entre los picos, hasta alcanzar el valle. Titilantes estrellas parecían saludarle desde la bóveda celeste. El valle le recibió, como quien recibe al hijo que partió siendo niño y regresa siendo hombre. Su transformación se había completado.

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