Aún recuerdo la primera vez que tocaste a las puertas de mi alma. Mucho tiempo ha transcurrido, pero esa vivencia se mantiene como si hubiese sido ayer. Como suave brisa en día caluroso, me envolviste. Te valiste de aquella mirada, en una mañana impensada. Era yo apenas un chico, y tú me proporcionabas aquella mi primera experiencia, y es que no solo fue a mí, a ella también la hiciste sentir ese extraño cosquilleo, que no sabemos descifrar y que tantas veces sentiremos a lo largo de la vida. Sí, nos miramos, no sé si fue una casualidad, el que ambos volteásemos al mismo tiempo, o si eras tú, tejiendo tus hilos invisibles, como hábil dramaturgo, quien nos hacía protagonistas en una de sus obras. Y de pronto, de brisa suave pasaste a viento, pero un viento cálido. ¡Oh! Qué delicia, tu forma sutil de tocar nuestras almas.
En esta ocasión no fue en una mañana, era una tarde de septiembre, con un calor abrazador. Yo, un adolescente, con las fuerzas vibrantes y los sueños rozando las estrellas, pasaste frente a mí envuelta en cuerpo de chica, hermosa y esbelta, regalándome una coqueta mirada. No eras brisa suave ni cálida, eras tal cual el calor abrazador, fuego encendiste en mi ser. Era totalmente nueva esta sensación, entre deseo e ilusión. Es curiosa la manera en que vas tejiendo tu obra, ¿Era casualidad o lo habías dispuesto?, ambos en el mismo salón de clase, y desde las primeras palabras y sonrisas ambos supimos que algo nacía entre los dos… vientos apacibles y torbellinos nos envolverían…
Mis primeras cuitas de amor llegarían en forma de turbión, anegando y devastando mis sentimientos amorosos… ¡Cuán inconmensurables sentimientos y emociones me hiciste vivir! Desde hacerme sentir como si flotara llevado por una suave brisa cálida hasta verme envuelto en medio de un tornado. ¡Oh, bendito amor, el dulce y el amargo en una misma copa! Aún recuerdo lo que siempre he considerado mi primer gran amor. Nuevamente el azar, o tú, haciendo tus jugadas, así como el viento solano juega entre las hojas de los árboles. Aún adolescente, viajé de vacaciones, ella y yo nos topamos, ¿casualidad o destino? No lo sé. Fui invitado por amigos de mi familia a una reunión, y ahí, el encuentro de dos almas, que tal vez nacieron para estar juntas. Pero, así como dos ríos en un momento de su geografía unen sus cauces para luego separarse, así ocurriría con nosotros. Y el viento que lleva a las nubes de un lugar a otro y las junta, así obraste, nos juntaste aquella noche, ella también estaba de visita. Solo bastaron unas horas para hacer eterna tu presencia en mi vida y supongo que en la de ella también. Como el viento aviva las llamas, tu soplo encendió nuestros corazones. Al amanecer, un adiós, un beso y una canción. Ella debía volver a su ciudad y yo a la mía. Y tú, bendito amor, habías transformado mi ser. Fue tan intenso aquel sentimiento, tan agradable, tan puro, que comprendí que a pesar de que ya no la volvería a ver, se había quedado conmigo algo de ella, así como ella se había llevado algo de mí. Como el viento que transporta lo que arrastra de un lugar a otro conforme a su antojo y capricho. Empecé a tener conciencia de la intensidad con que podía amar y de una verdadera tristeza.
El tiempo pasa y el viento siempre soplando desde los diferentes puntos cardinales. Joven, ya formado, en apariencia más maduro. Y aunque sin saberlo, siempre vulnerable a tus idas y venidas. No podía imaginarlo y mucho menos saberlo, que una farra de tragos entre amigos me llevaría a estar envuelto en un torbellino, apasionado y confuso. Sí, aquella noche llegaste con tu furor, usaste a una hermosa mujer morena, de ojos claros. Al principio, risas y chistes, coqueteo e insinuaciones. Así comenzó, como viento marino, impulsando las velas de un navío, hasta transportarlo a océanos de mares embravecidos y vientos huracanados. De aquella relación, que duró más de lo que hubiese pensado o imaginado, salí tal cual náufrago que llega arrastrado a una isla desierta en medio del mar. Aprendí a conocerte, y entendí que, aunque seas brisa cálida que proviene del solano o ciclón devastador, grabas en el alma tu paso. Y este paso iniciará un nuevo camino en el futuro
Llego el tiempo de plantar pie, metas y objetivos se dibujaban en el horizonte, la profesión colmaba la escena. De pronto llegaste, no sé desde qué punto cardinal soplaste. No fueron tus armas, el azar o la casualidad. Simplemente, te hiciste presente como brisa mañanera con aroma a campo. Ella, de mirada ingenua y ojos soñadores, de convicciones firmes y personalidad extrovertida. No fue amor a primera vista, pero sí una conexión, semejante a las raíces de los árboles, se aferran a la tierra, así se fue tejiendo en nuestras almas. Una corriente de aire constante y suave nutriendo y dando estabilidad, así fuiste, bendito amor.
En algún momento dado, las corrientes de aire que otrora fueron suaves y constantes dejaron de ser, y un viento gélido se hizo presente. El viento cambió, y con él, mis sentimientos. Nuestro navío, que surcó mares de oleaje suave, logró atravesar tempestades que no derribaron sus velas, hasta entonces firmes. Pero, lo que antes fue un viento leve comenzó a intensificarse, convirtiéndose en un viento huracanado. ¿Qué te hiere de manera mortal? ¿Qué mitiga la brisa alegre y juguetona? Ocurrió lo inevitable, el naufragio, perdido, aferrado a los restos de lo que habíamos construido. Hacer del mástil una balsa hasta avistar una nueva tierra…Un horizonte, donde nueva brisa cálida traiga aromas de campo.
El tiempo, siempre presente y sutil, siguió su curso. Vientos suaves y brisas cálidas rozaban mi piel, sin mayor trascendencia. Los frutos hermosos, resultados de la última relación, mis hijos, eran el sol alrededor del cual mi vida giraba. Nunca lo imaginé, que este amor hacia ellos sería un viento tan poderoso, pero a la vez suave, que no irrumpe deshaciendo, sino que da forma a todo lo que pensaba, sentía y hacía. Todo, en función de ellos.
Los vientos parecían haberse apaciguado, las suaves brisas de la lejana juventud ya habían cesado. Hacía tiempo que había dejado de experimentar el fuego abrazador y los torbellinos apasionados. Como pude haberlo imaginado, bajo aquel sol tropical, rodeado de los aromas de la brisa marina, tus corrientes de aire danzaban a mi alrededor. Fue una tarde, aparentemente rutinaria, como tantas otras, pero algo cambió… ¿El azar? O quizás tú, jugando, moviendo tus hilos invisibles, como lo haces entre las hojas de los árboles. Oh, delicioso amor, siempre tan juguetón, como cuando me arrastras sin darme cuenta, dejándome caer de nuevo en tus brazos.
Era mi primer día en una nueva labor, y allí estaba ella, con sus hermosas piernas, como talladas por Miguel Ángel. distraída, absorta en sus quehaceres. La miré con una curiosidad que no sabía bien cómo explicar. No era algo inmediato, no fue un flechazo, pero sentí que el viento, el mismo que había soplado con furia en mi juventud, comenzaba a soplar de nuevo, más suave, pero no menos presente. Sentí en aquel momento, que ya antes habíamos estado conectados, como si ella antes de estar, ya hubiese estado. La suave brisa nos fue envolviendo, en una danza rítmica, entre acordes de son y romance… Y es que el amor al igual que el viento nunca se detuvo.
Vientos de cambio. Nuevos rumbos, nuevos horizontes. Nuevamente, un adiós, un beso… y una canción.
Aunque esta vez, su estela no fue como la de una estrella fugaz. Este amor dejó su huella, como una pisada profunda en la arena del mar… una marca que el viento y las olas no podrán borrar.
Tal vez fue el tiempo del último amor… no lo sé. Solo el tiempo, y el viento con su mágica danza, lo podrán decir.

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