La noche se había extendido, y su manto titilante estaba oculto por una capa de nubes. Desde su habitación, se oían las gotas de lluvia golpeando contra el cristal de la ventana. La luz de los faroles de la calle penetraba a través del cristal, combatiendo las penumbras de la habitación. A través de la tenue luz se podía observar un orden dentro de la habitación, no era meticuloso, simplemente se trataba de un orden que busca armonía entre los diferentes objetos. ¿Qué hora es?, pensó, mientras sus ojos observaban a través de la opaca luz los objetos que componían la estancia de su dormitorio. De pronto, de su alma brota palabras, así como brotan los retoños de entre la tierra… ¡Oh bendito sueño! ¿Por qué huyes de mis párpados?
Madrugada insomne, fatalidad en mi desvelo
Distancias en el tiempo, que transcurren en la madrugada
No es lo que busco, no lo que pienso, es lo que descubre el velo.
De pronto, su mente se asemejaba a un tranvía, recorriendo a altas velocidades distancias en el tiempo. Hacía estación en una infancia lejana, entre sombras y recuerdos. Sus pensamientos vagaban envueltos en la soledad de la noche. Y como a través de un velo, se proyectaban las imágenes, evocando sensaciones lejanas. Una sonrisa se dibujó en sus labios, ante el recuerdo de volar su cometa sobre una colina, al lado de tres antiguos compañeros. Al instante, otro recuerdo. Se asombraba de lo vertiginoso de su sucesión. Fue aquel día que decidieron escalar un risco de unos cinco metros, pero de pendiente muy vertical. Uno de ellos se quedó paralizado por el miedo a mitad del risco, y ninguno de los otros quiso bajar a ayudarlo. Fue una decisión de un instante: bajó y le ayudó a subir, guiándole paso a paso y con paciencia. Ya en lo alto, superada la prueba, la mirada de aquel amigo por haber recibido la ayuda quedó grabada en su alma, como se cincela con fuego en la madera. Volvió al presente, una sensación gratificante llenándole los sentidos. El recuerdo de aquella mirada aún estaba vivo en su alma. Cuánto valor hay en el corazón de un chico, qué temeridad se manifiesta en la amistad.
Madrugada compañera en mi soledad, das rienda a mi desvelo
Te cubres con manto de penumbra, como cubriendo el anhelo
Surcas los caminos de mi mente, como buscando la fuente
No de lo vivido, no de lo presente
Sino de aquello que fue y aún está detrás del velo
Cansado de dar vueltas en la cama, y ante el agobio de tantos pensamientos, imágenes y recuerdos muertos, decidió levantarse. Unas sentadillas y diez flexiones de pecho expandieron los pulmones y aclararon los pensamientos. Bebió un poco de agua y dio unos pasos por la cocina. Al volver a la habitación, echó un vistazo a la estantería de los libros y tomó uno: Interpretación y sobreinterpretación de Umberto Eco. Leyó una frase: “Interpretar un texto significa explicar por qué esas palabras pueden hacer diversas cosas (y no otras) mediante el modo en que son interpretadas.” Esto le hizo reflexionar sobre cómo no podía entender claramente aquellas “máximas” que su papá le decía, y cómo ahora logra interpretarlas y entenderlas, tanto en el contexto en que le fueron dichas como en el ahora. Y es que aquella frase, que tantas veces le repitió, estando en casa o cuando iban en el coche: “Lo cortés no quita lo valiente.” Ahora lograba interpretarla desde la perspectiva de que la educación y los buenos modales no solo evitan conflictos y suavizan los ánimos, sino que también tienen la virtud de crear simpatía y empatía en quien los recibe. La cortesía es una herramienta poderosa para quien sabe darle buen uso.
Se disponía a leer algo más, para así tratar de vencer al insomnio, pero la madrugada, con sus ecos de silencio y vestida en manto de soledad, tenía otros planes. Nuevamente, los pensamientos se dispararon en vertiginosa travesía por el sendero de los recuerdos. Su mirada se quedó fija en un punto no definido de la habitación, y podía ver cómo se develaba en su mente una imagen. En esta ocasión, el tranvía detenía su travesía en un lugar lejano de su temprana adolescencia, allá cuando las fuerzas eran como potro brioso y el ímpetu corría por las venas como río caudaloso. La llamarada de la primera chispa amorosa. ¡Oh, cómo se regocija el alma ante tales recuerdos! Es increíble lo que oculta el velo: al correrse, descubre fragancias olvidadas, aún intactas. Son aromas que quedan impregnados en el alma, el destello de aquellos ojos marrones, como el café, con su mirada traviesa. Pequeños tesoros ocultos en el corazón. De pronto, un sonido, emitido por el silencio de la noche, lo devolvió a la realidad y le hizo pensar si es la madrugada la que se viste de soledad, o tal vez sea la soledad quien se ciñe de madrugada.
Ha dejado de llover, ya no se oye el incesante golpe de las gotas sobre el cristal, aun así, el manto nocturno de titilantes estrellas se mantiene oculto, por una espesa capa de nubes, así como ocultos están tantos recuerdos en lo profundo de la mente, pero que cada madrugada de insomne desvelo, van surgiendo, develando momentos, de una vida de otras vidas, de infancias, de juventudes, de amores y triunfos, de hechos lamentables, de heridas que aun no cicatrizan, y otras que sí. Mira el reloj, le indica que son las 3:20 am. El espíritu esta inquieto, como brioso corcel antes de la carrera. El tiempo ha realizado su trabajo, mas sin embargo la actitud es firme. Bien lo dijo Rubén Darío;
Juventud divino tesoro que te vas para no volver
Cuando quiero llorar no lloro
Y a veces lloro sin querer.

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