Caminar con paso sosegado, por calles pobladas de multitud, entre rostros que se diluyen como sombras en el ocaso de la tarde, imágenes de andar ligero, que se cruzan y desaparecen. No llevo prisa. Cae una suave lluvia, mojando mis cabellos y refrescando los pensamientos. Miradas de ojos inexpresivos, muestran rostros sombríos… ¡Oh! He allí, una mirada con calidez viene hacia mí, hermosos ojos marrones, color canela, brillantes como estrellas, iluminando el rostro que los poseen, es una bella mujer, con ese toque femenino, que despierta la imaginación, su andar es felino, me dirige una mirada penetrante e inquisitiva, acompañada de una sonrisa coqueta y encantadora, pasa a mi lado, dejándome una sensación de ebullición en mi sangre. Llego a la esquina, el bar, el bullicio… La oscuridad se deja ver en el horizonte, la tarde que se desvanece, ciudad que despierta a la noche, pupilas que se estrechan. Ya no llueve, ahora me acompañan los rumores, las voces, los sonidos, los ecos de la ciudad.
Los faroles como centinelas nocturnos se van iluminando, alejando las sombras y desvelando las imágenes de una realidad oculta, se me figuran a paladines de justicia en su incansable lucha contras las tinieblas, que pueblan de ignorancia las mentes y el corazón de las personas, y a través de la luz del conocimiento, derrocar los miedos y revelar la verdad.
Desde un parque cercano se dejan escuchar risas infantiles, semejante a trino de aves cantoras, el sube y baja y el tobogán, colman la escena, ofreciendo mayor diversión a la concurrencia, los adultos sentados en las bancas, algunos deciden leer, mientras otros charlan y observan al mismo tiempo el incesante correr de los infantes dentro del parque.
Ahora me encuentro ante el portal. Escalera o ascensor, da igual, subo y al entrar, la intimidad del hogar, su calidez y acogedora presencia me dan la bienvenida, tú también me saludas al entrar, me sonríes, con tus gestos de cómplice, y como no serlo, recorres los senderos de mi memoria, rebuscando en los recuerdos muertos, hechos pasados, rostros olvidados, sombras e imágenes que se desvanecieron en el tiempo. Te haces llamar Soledad y eres una perenne acompañante, en ocasiones instigadora… Desentierras como arqueólogo paciente, tesoros de mi pasado, algunos preciosos otros dolorosos, son reliquias ocultas allá en lo lejano de mis vivencias. Pero como toda femenina, subyugas con tu abrazo y el como el coronel Buendía creo que aprendí hacer las paces contigo, vi que tienes la virtud de conceder paz y en tu presencia el reflexionar se hace mas sereno, como al estar sentado mirando a través de una ventana la inmensidad del mar o tal ves en una noche la bóveda celeste colmada de estrellas.

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